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Un mensajero con H {Priv. Hachi}
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Un mensajero con H {Priv. Hachi}
La puerta de la habitación se cerró en un estruendo detrás de mí. Inicié una tediosa y rápida caminata en dirección de la recepción, ¿por qué? Hacía una media hora un estudiante había interrumpido mi solitaria estadía en mi cuarto para informarme de la llegada de una carta dirigida hacia mí. Habiéndolo despachado con poca cordialidad, decidí que, antes de ir en búsqueda de aquello que parecía pertenecerme, acabaría con el limado de mis uñas, después de todo, lo que me aguardaba era, simplemente, un fragmento de papel.
Acabé de colocarme la camiseta en medio del pasillo; llevaba unas bermudas ligeras y un par de sandalias de tiras en los pies; no estaba seguro de la temperatura y, probablemente, pocos coincidieran con mi percepción respecto de esta, de donde yo venía, las cifras centígradas de mayor magnitud eran apenas una ilusión en Australia.
Llegué, finalmente, a las escaleras y, mientras las descendía, me percaté de lo inusual del que alguien me hubiese enviado una carta. ¿Mi madre, quizá? Ella era la única con la que mantenía algún tipo de comunicación; tal vez algún tío o primo lejano que solicitaba una suma de dinero prestada. ¿Una amenaza por escrito de alguno de los acreedores de mi padre? Oh, ahora me carcomía la curiosidad, la llegada de una carta parecía un gran acontecimiento.
Di la vuelta a la pared que escondía las escaleras y la distancia que me separaba de la entrada de la academia comenzó a reducirse.
Me encontraba, ya, a unos pasos del mostrador de consultas, detrás de él esperaba una señorita uniformada, pero además de ella, yo y un joven de particular cabellera platinada que, sentado inmóvil en un costado, se asemejaba a una estatua, no había nadie más en las inmediaciones. Levanté mi brazo izquierdo para revisar la hora en mi reloj dorado y comprendí que aquella soledad se debía a que la hora del té había pasado y la mayoría de los alumnos se encontrarían en sus respectivos clubes.
—Buenas tardes, ¿cartas a nombre de Darwich?— Sin dar rodeos, solicité a la recepcionista tras haber apoyado mis brazos sobre la superficie pulida del mostrador.
La mujer se dio la vuelta y rebuscó en algún sitio ajeno a mi vista; pero tras unos instantes se puso de pie frente a mí y, contemplándome directo a los ojos, aseguró que no había ningún tipo de mensaje a mi nombre.
—No puede ser, ¿revisó bien?— La mujer asintió con la cabeza y dio media vuelta, mostrándome la espalda.
¡No podía ser cierto! ¿Algún idiota había osado gastarme una broma? ¡Ay de él si llegaba a enterarme de su identidad! Si había algo que detestaba era que me interrumpieran cuando le dedicaba tiempo a mi persona, ahora, para colmo de ello, resultaba ser una maldita farsa; mi humor se había ido de morros.
Acabé de colocarme la camiseta en medio del pasillo; llevaba unas bermudas ligeras y un par de sandalias de tiras en los pies; no estaba seguro de la temperatura y, probablemente, pocos coincidieran con mi percepción respecto de esta, de donde yo venía, las cifras centígradas de mayor magnitud eran apenas una ilusión en Australia.
Llegué, finalmente, a las escaleras y, mientras las descendía, me percaté de lo inusual del que alguien me hubiese enviado una carta. ¿Mi madre, quizá? Ella era la única con la que mantenía algún tipo de comunicación; tal vez algún tío o primo lejano que solicitaba una suma de dinero prestada. ¿Una amenaza por escrito de alguno de los acreedores de mi padre? Oh, ahora me carcomía la curiosidad, la llegada de una carta parecía un gran acontecimiento.
Di la vuelta a la pared que escondía las escaleras y la distancia que me separaba de la entrada de la academia comenzó a reducirse.
Me encontraba, ya, a unos pasos del mostrador de consultas, detrás de él esperaba una señorita uniformada, pero además de ella, yo y un joven de particular cabellera platinada que, sentado inmóvil en un costado, se asemejaba a una estatua, no había nadie más en las inmediaciones. Levanté mi brazo izquierdo para revisar la hora en mi reloj dorado y comprendí que aquella soledad se debía a que la hora del té había pasado y la mayoría de los alumnos se encontrarían en sus respectivos clubes.
—Buenas tardes, ¿cartas a nombre de Darwich?— Sin dar rodeos, solicité a la recepcionista tras haber apoyado mis brazos sobre la superficie pulida del mostrador.
La mujer se dio la vuelta y rebuscó en algún sitio ajeno a mi vista; pero tras unos instantes se puso de pie frente a mí y, contemplándome directo a los ojos, aseguró que no había ningún tipo de mensaje a mi nombre.
—No puede ser, ¿revisó bien?— La mujer asintió con la cabeza y dio media vuelta, mostrándome la espalda.
¡No podía ser cierto! ¿Algún idiota había osado gastarme una broma? ¡Ay de él si llegaba a enterarme de su identidad! Si había algo que detestaba era que me interrumpieran cuando le dedicaba tiempo a mi persona, ahora, para colmo de ello, resultaba ser una maldita farsa; mi humor se había ido de morros.
Invitado- Invitado
Re: Un mensajero con H {Priv. Hachi}
La marcha de Deprip hacia otro país dejó a Hachi sin poder hacer nada por evitarlo, completamente indefenso y sin oficio ni beneficio. Lo único que se le ocurría hacer era caminar sin rumbo fijo por la ciudad, con la mirada entrecerrada, imbuido en su soledad, esa soledad que desde que tiene uso de razón ha sufrido. Al menos, prestando sus servicios se consideraba útil, siendo capaz de sobrellevar su inmensa soledad, llenando su alma con el trabajo. ¿Y ahora? ¿Con qué se iba a llenar? No encontraba absolutamente nada.
El tiempo transcurría muy a su pesar, sin tener novedad alguna, sólo observando la vida pasar, sintiendo como poco poco sus sentimientos negativos invadían su mente sin poder evitarlo. No quería volver a recordar todo su pasado y que su expresión se viera afectada por ello. El trato con aquel demonio, al estar lejos, se estaba haciendo cada vez más débil por alguna extraña razón. En fin, el caso es que, con el paso del tiempo —y con bastante suerte también—, un desconocido, el cual lo encontró en uno de los callejones más bajos de la ciudad, los más desfavorecidos; dio con él. Esa persona, enviada por otro individuo que se dio a conocer mediante un escrito. En el escrito figuraba el nombre de la persona que solicitaba sus servicios como guardaespaldas, y a continuación el nombre del protegido: Bora Kerem Darwich. Le indicaron que fuera a la academia Greenlight para entregarle la carta donde venía todo explicado. Evidentemente aceptó, pero ahora se le venía una pregunta a su cabeza.. ¿Por qué él?
Sin darle más vueltas a la cabeza, al día siguiente, se preparó adecuadamente para recibir al que sería su nuevo amo. No lo conocía, tampoco de aspecto, no le habían descrito la fisonomía del que iba a ser su protegido a partir de ahora, sólo su nombre y que estudiaba en la academia Greenlight. Y que a cierta hora se encontrara en la recepción para la entrega de la carta.
Se atavió con su habitual traje inmaculado. El pañuelo en perfecta posición en el centro de su cuello. Enguantó sus frías y casi muertas manos para no dar una mala image. También se adecentó sus plateados cabellos, ordenándolos. Debía dar una buena imagen. Una imagen de confianza y de perfección.
Ya estaba listo.
Se encaminó hacia la academia con carta en la mano, cuidado que no se doblara ni una esquina. En su cadera portaba la vaina de su espada, pero simplemente estaba vacía, no se hallaba dentro para no desatar el pánico en el interior del edificio. No se trataba de ningún guardia, así que no se permitía el lujo de portar armamento dentro de la institución.
Cuando hubo llegado al lugar, se sentó en una de las sillas de la recepción, esperando a que alguien preguntase si le había llegado una carta a tal nombre. Observó a la gente pasar, preguntando por su correspondencia, pero ninguno era el que él buscaba. Hasta que entró un joven estudiante de cabellos rubios preguntando por carta a nombre de Darwich. No bajó la mirada para comprobar el nombre, poseía muy buena memoria para los nombres. Aguardó a que ambos terminasen con el intercambio de palabras y se levantó cuando finalizó. Se acercó al joven, y con una suave reverencia le entregó el sobre con la carta en su interior.
— Disculpe, mi nombre es Shijuu Hachi, aunque puede llamarme como prefiera mi señor —se presentó con educación, no deshaciendo la reverencia—. Este escrito es para usted. Le recomiendo que lo lea atentamente.
El tiempo transcurría muy a su pesar, sin tener novedad alguna, sólo observando la vida pasar, sintiendo como poco poco sus sentimientos negativos invadían su mente sin poder evitarlo. No quería volver a recordar todo su pasado y que su expresión se viera afectada por ello. El trato con aquel demonio, al estar lejos, se estaba haciendo cada vez más débil por alguna extraña razón. En fin, el caso es que, con el paso del tiempo —y con bastante suerte también—, un desconocido, el cual lo encontró en uno de los callejones más bajos de la ciudad, los más desfavorecidos; dio con él. Esa persona, enviada por otro individuo que se dio a conocer mediante un escrito. En el escrito figuraba el nombre de la persona que solicitaba sus servicios como guardaespaldas, y a continuación el nombre del protegido: Bora Kerem Darwich. Le indicaron que fuera a la academia Greenlight para entregarle la carta donde venía todo explicado. Evidentemente aceptó, pero ahora se le venía una pregunta a su cabeza.. ¿Por qué él?
Sin darle más vueltas a la cabeza, al día siguiente, se preparó adecuadamente para recibir al que sería su nuevo amo. No lo conocía, tampoco de aspecto, no le habían descrito la fisonomía del que iba a ser su protegido a partir de ahora, sólo su nombre y que estudiaba en la academia Greenlight. Y que a cierta hora se encontrara en la recepción para la entrega de la carta.
Se atavió con su habitual traje inmaculado. El pañuelo en perfecta posición en el centro de su cuello. Enguantó sus frías y casi muertas manos para no dar una mala image. También se adecentó sus plateados cabellos, ordenándolos. Debía dar una buena imagen. Una imagen de confianza y de perfección.
Ya estaba listo.
Se encaminó hacia la academia con carta en la mano, cuidado que no se doblara ni una esquina. En su cadera portaba la vaina de su espada, pero simplemente estaba vacía, no se hallaba dentro para no desatar el pánico en el interior del edificio. No se trataba de ningún guardia, así que no se permitía el lujo de portar armamento dentro de la institución.
Cuando hubo llegado al lugar, se sentó en una de las sillas de la recepción, esperando a que alguien preguntase si le había llegado una carta a tal nombre. Observó a la gente pasar, preguntando por su correspondencia, pero ninguno era el que él buscaba. Hasta que entró un joven estudiante de cabellos rubios preguntando por carta a nombre de Darwich. No bajó la mirada para comprobar el nombre, poseía muy buena memoria para los nombres. Aguardó a que ambos terminasen con el intercambio de palabras y se levantó cuando finalizó. Se acercó al joven, y con una suave reverencia le entregó el sobre con la carta en su interior.
— Disculpe, mi nombre es Shijuu Hachi, aunque puede llamarme como prefiera mi señor —se presentó con educación, no deshaciendo la reverencia—. Este escrito es para usted. Le recomiendo que lo lea atentamente.
Invitado- Invitado
Re: Un mensajero con H {Priv. Hachi}
Me aparté del mostrador, indignado. Crucé los brazos sobre el pecho, molesto repentinamente por absolutamente todo; y disponiéndome para marcharme de regreso a mi habitación me vi detenido por aquel joven de cabellera plateada que, ahora, se reverenciaba delante de mí.
Pero aquel chico no demostraba respeto por creerme una divinidad, sino por el hecho de que la carta que había llegado a mi nombre se encontraba en sus manos.
Confundido y algo enfadado, se la arrebaté, rompiendo el sobre con impaciencia; en su interior se hallaba un fragmento de papel perfumado con aquel aroma tan característica de las mujeres en mi país y, por supuesto, aquella caligrafía tan preciosa que sólo poseía mi madre.
«Mi querido Kerem, —odiaba que me llamara así—
Escribo esta carta que yace en tus manos para hacerte conocer mi grave preocupación por tu seguridad, haberte enviado tan lejos de casa y por tu cuenta, me pregunto si realmente fue la decisión correcta, —¿Acaso era broma?— es por eso que, sintiéndome arrepentida de haberte permitido marchar sin ofrecerte la seguridad que una madre debería de haber previsto, he optado por contratar a una persona que pueda cuidar de ti en tu estadía en la academia. Debes saber que de quien hablo es, justamente, del joven que te ha entregado este escrito de mi parte. —Dirigí una mirada de reojo al joven de cabellos color plata, prosiguiendo, luego, con la lectura.— Él se encargará de ofrecerte esa protección que yo no puedo brindarte desde mi posición; quiero que sepas que nos encontramos en perfecto estado, tu padre continúa con vida y ya hemos contactado con los secuestradores de tu hermana, esperamos que pronto pueda volver con nosotros.
Te deseo lo mejor y no olvides confiar en aquel a quien contraté exclusivamente para tu cuidado, me he encargado de investigar bien y puedo asegurarte que es merecedor de plena confianza.
Escríbeme en cuanto puedas, por seguridad no contamos con línea telefónica en estos momentos y el único móvil a disposición será mantenido en secreto;
tu madre, que te ama.
Asli.»
Doblé la carta y la devolví a su sobre; apoyé mi mano izquierda contra mi cintura y con la derecha peiné mis cabellos hacia atrás. Eché una nueva mirada al joven de melena plateada y solté una risa desdeñosa.
—Entonces... tú eres el guardaespaldas.
Moví mi pierna, atestando una patada al aire. ¡Yo no necesitaba una custodia! Mi madre y su maldita obsesión por mi seguridad, ¿no comprendía, acaso, que ya era los suficientemente mayor como para cuidarme por mi cuenta? Odiaba profundamente sus maniobras encubiertas que siempre acababan por envolverme y perjudicarme.
Sabía perfectamente que nada me sucedería si me mantenía siendo parte de aquella institución, independientemente de la cantidad de predadores por naturaleza que me rodearan, ¡ya era suficiente el tener un itinerario y un uniforme con los que cumplir!
Coloqué la carta en uno de los bolsillos de las bermudas y crucé los brazos detrás de mi cabeza.
—No te necesito.— Espeté a aquel, mi nuevo guardián. —Supongo que escribiré a mi madre al respecto, puedes irte por donde has llegado, soy perfectamente auto-suficiente, no me hace falta una Nana que cuide de mí.
Habiendo dicho esto, me di la vuelta, decidido a marcharme hacia mi cuarto a escribir cuanto antes; deseaba que mi madre no hubiese llenado la cabeza de aquel sujeto con las idioteces con las que solía persuadir a mis allegados: «es joven y despreocupado, en ocasiones, no es consiente de sus propias palabras.» O «no haced caso a sus caprichosas palabras, él realmente necesita compañía.»
¡Oh, vamos! No necesitaba de nadie, menos aún de un guardaespaldas; la obsesión de mi madre comenzaba a alcanzar el límite de lo cuerdo y ya me fastidiaban sus caprichos.
Pero claro, mi madre siempre obtenía lo que deseaba, si ella había contratado a un sujeto para guardarme, seguramente habría previsto mi falta de colaboración para con ello y habría advertido de esto al chico.
¡Ahj! ¡Maldición!
Pero aquel chico no demostraba respeto por creerme una divinidad, sino por el hecho de que la carta que había llegado a mi nombre se encontraba en sus manos.
Confundido y algo enfadado, se la arrebaté, rompiendo el sobre con impaciencia; en su interior se hallaba un fragmento de papel perfumado con aquel aroma tan característica de las mujeres en mi país y, por supuesto, aquella caligrafía tan preciosa que sólo poseía mi madre.
«Mi querido Kerem, —odiaba que me llamara así—
Escribo esta carta que yace en tus manos para hacerte conocer mi grave preocupación por tu seguridad, haberte enviado tan lejos de casa y por tu cuenta, me pregunto si realmente fue la decisión correcta, —¿Acaso era broma?— es por eso que, sintiéndome arrepentida de haberte permitido marchar sin ofrecerte la seguridad que una madre debería de haber previsto, he optado por contratar a una persona que pueda cuidar de ti en tu estadía en la academia. Debes saber que de quien hablo es, justamente, del joven que te ha entregado este escrito de mi parte. —Dirigí una mirada de reojo al joven de cabellos color plata, prosiguiendo, luego, con la lectura.— Él se encargará de ofrecerte esa protección que yo no puedo brindarte desde mi posición; quiero que sepas que nos encontramos en perfecto estado, tu padre continúa con vida y ya hemos contactado con los secuestradores de tu hermana, esperamos que pronto pueda volver con nosotros.
Te deseo lo mejor y no olvides confiar en aquel a quien contraté exclusivamente para tu cuidado, me he encargado de investigar bien y puedo asegurarte que es merecedor de plena confianza.
Escríbeme en cuanto puedas, por seguridad no contamos con línea telefónica en estos momentos y el único móvil a disposición será mantenido en secreto;
tu madre, que te ama.
Asli.»
Doblé la carta y la devolví a su sobre; apoyé mi mano izquierda contra mi cintura y con la derecha peiné mis cabellos hacia atrás. Eché una nueva mirada al joven de melena plateada y solté una risa desdeñosa.
—Entonces... tú eres el guardaespaldas.
Moví mi pierna, atestando una patada al aire. ¡Yo no necesitaba una custodia! Mi madre y su maldita obsesión por mi seguridad, ¿no comprendía, acaso, que ya era los suficientemente mayor como para cuidarme por mi cuenta? Odiaba profundamente sus maniobras encubiertas que siempre acababan por envolverme y perjudicarme.
Sabía perfectamente que nada me sucedería si me mantenía siendo parte de aquella institución, independientemente de la cantidad de predadores por naturaleza que me rodearan, ¡ya era suficiente el tener un itinerario y un uniforme con los que cumplir!
Coloqué la carta en uno de los bolsillos de las bermudas y crucé los brazos detrás de mi cabeza.
—No te necesito.— Espeté a aquel, mi nuevo guardián. —Supongo que escribiré a mi madre al respecto, puedes irte por donde has llegado, soy perfectamente auto-suficiente, no me hace falta una Nana que cuide de mí.
Habiendo dicho esto, me di la vuelta, decidido a marcharme hacia mi cuarto a escribir cuanto antes; deseaba que mi madre no hubiese llenado la cabeza de aquel sujeto con las idioteces con las que solía persuadir a mis allegados: «es joven y despreocupado, en ocasiones, no es consiente de sus propias palabras.» O «no haced caso a sus caprichosas palabras, él realmente necesita compañía.»
¡Oh, vamos! No necesitaba de nadie, menos aún de un guardaespaldas; la obsesión de mi madre comenzaba a alcanzar el límite de lo cuerdo y ya me fastidiaban sus caprichos.
Pero claro, mi madre siempre obtenía lo que deseaba, si ella había contratado a un sujeto para guardarme, seguramente habría previsto mi falta de colaboración para con ello y habría advertido de esto al chico.
¡Ahj! ¡Maldición!
Invitado- Invitado
Re: Un mensajero con H {Priv. Hachi}
En cuanto el contrario le retiró la carta de las manos, el joven Hachi deshizo la reverencia, aguardando la posible reacción que pudiera tener el muchacho de cabellos rubios. Su mirar se mantuvo impasible ante todo, únicamente lo observaba con su habitual parsimonia.
Una vez el chico terminó de leer el escrito posó su mirada en él, permaneciendo completamente quieto. Evidentemente no reaccionó ante la risa desdeñosa de Bora, sólo pestañeó y asintió con la cabeza ante aquel comentario. Por supuesto, la patada que le asestó al aire no pasó desapercibida ante sus ojos, mas la ignoró y prestó atención a sus palabras.
— Lamento contradecirle, no está entre mis principios —se disculpó antes que nada con una suave reverencia, clavando de nuevo su mirada casi carente de vida en los ojos del contrario—. Se me encargó que lo protegiera, y eso haré. No permitiré que le ocurra nada, mi señor.
>> Haré todo aquello que usted me pida, a excepción de alejarme de su lado. Me han informado de todo.
Era un acto extraordinario que la joven sombra de cabellos plateados pronunciase tantos vocablos juntos, pero era una situación que lo requería, así que debía hacer un esfuerzo y expresarse lo mejor posible, haciéndole entender que sería su sombra. Y nunca mejor dicho.
Seguidamente, el joven de cabellos rubios se movió de su posición y como era evidente, Hachi lo siguió a donde quiera que fuere, manteniendo su porte recto y elegante, no rompiendo en ningún momento su talante. Su elegancia. Sonaba un gracioso repiqueteo de las hebillas que sostenían el cinturón donde portaba la vaina de la espada. El pisar de sus pies también era perfectamente audible.
— Ya sabe, puede pedirme lo que sea. Estaré a su entero servicio, mi señor —mencionó con una tranquila voz, algo extraña para una persona normal, su melodiosa voz no parecía para nada de este mundo—. Acepte que precisa de mi ayuda, cualquier ser en ese mundo precisa de la ayuda de alguien, en su caso de alguien inferior a usted. Le ruego que no malinterprete mis palabras.
Y continuaba hablando, quizá se estaba dejando llevar más de la cuenta, lo que podría acarrear algún que otro problema.
— No acarreará problemas conmigo, soy discreto y carezco de emociones —le explicó, por si acaso servía de algo.
Una vez el chico terminó de leer el escrito posó su mirada en él, permaneciendo completamente quieto. Evidentemente no reaccionó ante la risa desdeñosa de Bora, sólo pestañeó y asintió con la cabeza ante aquel comentario. Por supuesto, la patada que le asestó al aire no pasó desapercibida ante sus ojos, mas la ignoró y prestó atención a sus palabras.
— Lamento contradecirle, no está entre mis principios —se disculpó antes que nada con una suave reverencia, clavando de nuevo su mirada casi carente de vida en los ojos del contrario—. Se me encargó que lo protegiera, y eso haré. No permitiré que le ocurra nada, mi señor.
>> Haré todo aquello que usted me pida, a excepción de alejarme de su lado. Me han informado de todo.
Era un acto extraordinario que la joven sombra de cabellos plateados pronunciase tantos vocablos juntos, pero era una situación que lo requería, así que debía hacer un esfuerzo y expresarse lo mejor posible, haciéndole entender que sería su sombra. Y nunca mejor dicho.
Seguidamente, el joven de cabellos rubios se movió de su posición y como era evidente, Hachi lo siguió a donde quiera que fuere, manteniendo su porte recto y elegante, no rompiendo en ningún momento su talante. Su elegancia. Sonaba un gracioso repiqueteo de las hebillas que sostenían el cinturón donde portaba la vaina de la espada. El pisar de sus pies también era perfectamente audible.
— Ya sabe, puede pedirme lo que sea. Estaré a su entero servicio, mi señor —mencionó con una tranquila voz, algo extraña para una persona normal, su melodiosa voz no parecía para nada de este mundo—. Acepte que precisa de mi ayuda, cualquier ser en ese mundo precisa de la ayuda de alguien, en su caso de alguien inferior a usted. Le ruego que no malinterprete mis palabras.
Y continuaba hablando, quizá se estaba dejando llevar más de la cuenta, lo que podría acarrear algún que otro problema.
— No acarreará problemas conmigo, soy discreto y carezco de emociones —le explicó, por si acaso servía de algo.
Invitado- Invitado
Re: Un mensajero con H {Priv. Hachi}
Proseguí con mi caminata, intentando distraer mi atención para hacer caso omiso de las palabras de aquel joven que, osadamente, había comenzado a seguirme en el momento justo en que me vio partir.
Con cada paso aumentaba la fuerza con que realizaba la pisada, presionando mis dientes detrás de mis simétricos labios. Cerré mis ojos por un instante, llegando al límite de mi tolerancia.
Me detuve repentinamente, me volteé y contemplé con furia a aquel sujeto esculpido en mármol que superaba mi altura por escasos cinco centímetros —otro factor que añadía leña a la hoguera de mi cólera—.
—No sé que haya dicho mi madre de mí, no necesito a nadie para cuidarme, me encuentro perfectamente bien en mi propia compañía, eso es todo.
»¡Tampoco requiero de los consejos de vida de un extraño! Quizá no lo parezca, pero estoy al tanto de muchas cosas y una de ellas es de que no necesito la ayuda de nadie, ¿crees que desperdicié, alrededor de diez años de mi vida entrenándome en distintas artes de autodefensa, por nada?
Quizá la furia bloqueó mis sentidos, que por ser humanos tampoco contaban con agudeza de admirar; cuando volteé para proseguir con mi retirada, un joven mucho más bajo que yo, pero, quizá, con un abdomen que superaba tres veces el mío en dimensiones, chocó contra mí, impulsado por la velocidad a la que corría y provocando que cayera hacia atrás en el suelo.
Aquel alumno, que apenas sí me dirigió una miserable mirada, se excusó torpemente y siguió su carrera desesperada.
Permanecí sentado sobre el suelo, aún anonado por todo lo que acababa de suceder. Flexioné mis piernas delante de mi cuerpo y apoyé un brazo en cada rodilla, agachando la cabeza entre mis extremidades; solté un prolongado suspiro y cerré los ojos queriendo despertar de aquella pesadilla.
Entonces noté que mi vida entera había sido una obra cuyos hilos había siempre jalado mi madre; porque mi hermana no había sido suficientemente competente para lo que mi familia esperaba del primogénito, porque sumado a ello, había nacido mujer y, allí en Turquía, la jerarquía sexual seguía siendo encabezada por los hombres.
Habiendo nacido con mis características por supuesto que corría peligro, pero eso no quitaba el hecho de que siguiera siendo una persona, necesitando libertad y algo de afecto. En todo el tiempo que, bajo su obsesión por mantenerme a salvo, había permanecido, prácticamente, encerrado en una habitación; mi única compañía había sido la de mi reflejo en el espejo, ¿cómo podría haber evitado el caer enamorado de mí mismo?
No necesitaba contar con una sombra, sería otro estorbo dentro de aquella libertad ilusoria que había edificado en la academia.
Con cada paso aumentaba la fuerza con que realizaba la pisada, presionando mis dientes detrás de mis simétricos labios. Cerré mis ojos por un instante, llegando al límite de mi tolerancia.
Me detuve repentinamente, me volteé y contemplé con furia a aquel sujeto esculpido en mármol que superaba mi altura por escasos cinco centímetros —otro factor que añadía leña a la hoguera de mi cólera—.
—No sé que haya dicho mi madre de mí, no necesito a nadie para cuidarme, me encuentro perfectamente bien en mi propia compañía, eso es todo.
»¡Tampoco requiero de los consejos de vida de un extraño! Quizá no lo parezca, pero estoy al tanto de muchas cosas y una de ellas es de que no necesito la ayuda de nadie, ¿crees que desperdicié, alrededor de diez años de mi vida entrenándome en distintas artes de autodefensa, por nada?
Quizá la furia bloqueó mis sentidos, que por ser humanos tampoco contaban con agudeza de admirar; cuando volteé para proseguir con mi retirada, un joven mucho más bajo que yo, pero, quizá, con un abdomen que superaba tres veces el mío en dimensiones, chocó contra mí, impulsado por la velocidad a la que corría y provocando que cayera hacia atrás en el suelo.
Aquel alumno, que apenas sí me dirigió una miserable mirada, se excusó torpemente y siguió su carrera desesperada.
Permanecí sentado sobre el suelo, aún anonado por todo lo que acababa de suceder. Flexioné mis piernas delante de mi cuerpo y apoyé un brazo en cada rodilla, agachando la cabeza entre mis extremidades; solté un prolongado suspiro y cerré los ojos queriendo despertar de aquella pesadilla.
Entonces noté que mi vida entera había sido una obra cuyos hilos había siempre jalado mi madre; porque mi hermana no había sido suficientemente competente para lo que mi familia esperaba del primogénito, porque sumado a ello, había nacido mujer y, allí en Turquía, la jerarquía sexual seguía siendo encabezada por los hombres.
Habiendo nacido con mis características por supuesto que corría peligro, pero eso no quitaba el hecho de que siguiera siendo una persona, necesitando libertad y algo de afecto. En todo el tiempo que, bajo su obsesión por mantenerme a salvo, había permanecido, prácticamente, encerrado en una habitación; mi única compañía había sido la de mi reflejo en el espejo, ¿cómo podría haber evitado el caer enamorado de mí mismo?
No necesitaba contar con una sombra, sería otro estorbo dentro de aquella libertad ilusoria que había edificado en la academia.
Invitado- Invitado
Re: Un mensajero con H {Priv. Hachi}
En cuanto el contrario se detuvo, el albino lo hizo, manteniendo su rostro inmutable. Ni siquiera fue para abrir los ojos de par en par ante la furia que el joven de cabellos rubios exteriorizaba. Simplemente se quedó quieto, observándolo con aquella inexpresiva mirada tan característica suya.
La joven sombra reaccionó de inmediato ante el choque del chico que embistió a su nuevo protegido. No pudo evitar que se cayera al suelo, pero al menos pudo reducir el daño al cogerlo por debajo de las axilas y dejarlo con suavidad en el suelo. Al finalizar con su labor, se erigió de nuevo y se posicionó delante de él, para observarlo mejor.
— ¿Se encuentra bien? ¿Ha sufrido algún daño, mi señor? —preguntó, posando su apagada mirada sobre él—. Y si me permite la osadía... Hay situaciones en las que es imposible recurrir a la autodefensa.
Evidentemente no se quedó indiferente ante la acción del joven que continuaba con su desesperad carrera. Alzó la mirada para determinar la posición de su objetivo. Estupendo, no estaba demasiado lejos, mas estaba a segundos de que se alejara de su alcance. Entrecerró los ojos y alzó la mano con suavidad, creando delante del corredor un pequeño escalón a traición gracias al poder de las sombras. Acto seguido, se escuchó un golpe seco en el suelo. Se había tropezado y caído de bruces contra el suelo.
— ¿Le preocupa algo? —preguntó con una suave voz y se inclinó un poco hacia delante. Extendió su mano, ofreciéndole la ayuda para levantarse del suelo—. Déjeme que lo ayude a levantarse.
Aguardó a que le tomara la mano, no podía dejarlo en el suelo. Para él no cabía esa posibilidad en su servicial carácter. ¿Él de pie mientras que su señor se encontraba más bajo que su persona? Jamás de los jamases. Por esa misma razón, se acuclilló delante de él con cuidado, quedando a su misma altura. No podía faltarle el respeto de aquella forma tan tosca.
— El culpable ya recibió su merecido —informó al chico de cabellos rubios que aún continuaba en el suelo.
El joven que saboreó el suelo de esa forma tan brusca se levantó y emitió una sarta de improperios, entre ellos se preguntaba qué hacía un escalón en medio del pasillo. Acto seguido se marchó dolorido por el golpe que recibió, al menos así aprendería a no correr por los pasillos, podría encontrarse sorpresas inesperadas. Aunque de hecho, el escalón desapareció justo en el momento en el cual el chico se tropezó, así que lo tomó como que eran imaginaciones suyas.
La joven sombra reaccionó de inmediato ante el choque del chico que embistió a su nuevo protegido. No pudo evitar que se cayera al suelo, pero al menos pudo reducir el daño al cogerlo por debajo de las axilas y dejarlo con suavidad en el suelo. Al finalizar con su labor, se erigió de nuevo y se posicionó delante de él, para observarlo mejor.
— ¿Se encuentra bien? ¿Ha sufrido algún daño, mi señor? —preguntó, posando su apagada mirada sobre él—. Y si me permite la osadía... Hay situaciones en las que es imposible recurrir a la autodefensa.
Evidentemente no se quedó indiferente ante la acción del joven que continuaba con su desesperad carrera. Alzó la mirada para determinar la posición de su objetivo. Estupendo, no estaba demasiado lejos, mas estaba a segundos de que se alejara de su alcance. Entrecerró los ojos y alzó la mano con suavidad, creando delante del corredor un pequeño escalón a traición gracias al poder de las sombras. Acto seguido, se escuchó un golpe seco en el suelo. Se había tropezado y caído de bruces contra el suelo.
— ¿Le preocupa algo? —preguntó con una suave voz y se inclinó un poco hacia delante. Extendió su mano, ofreciéndole la ayuda para levantarse del suelo—. Déjeme que lo ayude a levantarse.
Aguardó a que le tomara la mano, no podía dejarlo en el suelo. Para él no cabía esa posibilidad en su servicial carácter. ¿Él de pie mientras que su señor se encontraba más bajo que su persona? Jamás de los jamases. Por esa misma razón, se acuclilló delante de él con cuidado, quedando a su misma altura. No podía faltarle el respeto de aquella forma tan tosca.
— El culpable ya recibió su merecido —informó al chico de cabellos rubios que aún continuaba en el suelo.
El joven que saboreó el suelo de esa forma tan brusca se levantó y emitió una sarta de improperios, entre ellos se preguntaba qué hacía un escalón en medio del pasillo. Acto seguido se marchó dolorido por el golpe que recibió, al menos así aprendería a no correr por los pasillos, podría encontrarse sorpresas inesperadas. Aunque de hecho, el escalón desapareció justo en el momento en el cual el chico se tropezó, así que lo tomó como que eran imaginaciones suyas.
Invitado- Invitado
Re: Un mensajero con H {Priv. Hachi}
Oprimí los dientes y desvíe la mirada, ¿qué se suponía que iba a responder al joven cuando contaba con fundamentos que defendieran su afirmación? Sabía a la perfección que había situaciones que, en ocasiones, me veía incapaz de controlar; pero no por ello quería aceptar la ayuda de un tercero, me bastaba con mi persona, aunque mis fuerzas alcanzaran su límite, aunque me viese obligado a huir incluso en contra de mi orgullo.
Volví la vista para contemplar el pasillo en el momento justo en que mi agresor caía de bruces al suelo. Oh, bueno, si ponía algo de concentración, podía percibir aquel aura sobrenatural emanando del joven con título de guardaespaldas.
Miré la mano que se me extendía aún sin disponerme a aceptar de buena forma lo que se me imponía, necesitaba cumplir la mayoría de edad, convertirme en el hombre juvenil y valeroso que quería llegar a ser y de tal modo acallar los caprichos de mi madre y pisotear cualquiera de sus réplicas.
—Sí, sí, lo he visto.— Mencioné, tomando la mano de Hachi y jalando de su brazo para ponerme de pie. —Supongo que no te marcharás aunque lo exija.— Agregué, limpiando los restos de polvo que pudieron haberse adherido a mi uniforme escolar tras la caída. Clavé la mirada en los ojos cenicientos de aquel chico y crucé los brazos delante de mi pecho, disponiéndome para proseguir. —¿Cómo se supone que debo tratarte? ¿Qué clase de criatura eres, en primer lugar?
Si debía de aceptar lo que el destino —y mi madre— me imponían, entonces procuraría aprovechar de mis recursos de la manera más conveniente posible.
Pensé por un instante en mi situación y, aunque me fastidiaba la idea de merodear con un joven vigilándome la mayor parte del tiempo, prefería eso mil veces antes que encontrarme en la situación de mi desgraciada hermana.
Dispersé tales pensamientos con un pestañeo, no quería pensar en ella, si tan sólo hubiese recibido la bendición de los dioses de la que yo gozaba o si hubiese sido apenas sí un poco más fuerte; oh, ¿por qué pensar en ella ahora?
Mi pecho se hinchó cuando inhalé una bocanada de aire que luego exhalé en un prolongado suspiro; con cumplir el papel de un estudiante de preparatoria me bastaba por el momento, debía concentrarme en mis objetivos a corto plazo, ya habría tiempo para el resto.
Volví la vista para contemplar el pasillo en el momento justo en que mi agresor caía de bruces al suelo. Oh, bueno, si ponía algo de concentración, podía percibir aquel aura sobrenatural emanando del joven con título de guardaespaldas.
Miré la mano que se me extendía aún sin disponerme a aceptar de buena forma lo que se me imponía, necesitaba cumplir la mayoría de edad, convertirme en el hombre juvenil y valeroso que quería llegar a ser y de tal modo acallar los caprichos de mi madre y pisotear cualquiera de sus réplicas.
—Sí, sí, lo he visto.— Mencioné, tomando la mano de Hachi y jalando de su brazo para ponerme de pie. —Supongo que no te marcharás aunque lo exija.— Agregué, limpiando los restos de polvo que pudieron haberse adherido a mi uniforme escolar tras la caída. Clavé la mirada en los ojos cenicientos de aquel chico y crucé los brazos delante de mi pecho, disponiéndome para proseguir. —¿Cómo se supone que debo tratarte? ¿Qué clase de criatura eres, en primer lugar?
Si debía de aceptar lo que el destino —y mi madre— me imponían, entonces procuraría aprovechar de mis recursos de la manera más conveniente posible.
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Mi pecho se hinchó cuando inhalé una bocanada de aire que luego exhalé en un prolongado suspiro; con cumplir el papel de un estudiante de preparatoria me bastaba por el momento, debía concentrarme en mis objetivos a corto plazo, ya habría tiempo para el resto.
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