Los genios son desordenados [Priv. Rivaille]

Mediodía. Después de comer, en la azotea y rodeado de cuatro libros. Allí se encontraba Eren, sentado en el suelo del mismo lugar y con los libros abiertos, apoyado en la pared que daba acceso a la azotea y apuntando cosas y leyendo otras por puro interés. Muchos dirían que eso no tenía nada de malo, pero el problema de aquellos libros es que fueron tomados prestados de la biblioteca sin permiso. Bueno, lo más normal en una biblioteca era dejar llevarse dos o tres libros por alumno, pero es que Eren tomó prestado el cuarto sin permiso y a escondidas.

¿Por qué tanto interés en unos libros y no esperar un poco para poder leerlos? Pues porque el muchacho de ojos verdes se sentía en la obligación y necesidad de leerlos todos juntos para poder descifrar cosas de lo que estaba investigando.

Cierto, no estaba estudiando. Estaba buscando más información de los brujos y magos, junto a sus hechizos. Sobre todo los que requerían un sacrificio. Como lo era su madre.

Se había llevado toda la noche y mañana de ese día sin prestar demasiada atención a las clases y subrayando cosas y apuntando otras en un folio aparte. Eren cuando se proponía algo, lo hacía bien.

Pero no tenía en cuenta que aquella insistencia y tenacidad para muchas cosas podían llegar a pasarle factura. Como en esos momentos. Estaba tan centrado en sus cosas que ni se acordó de dormir y el pobre estaba empezando a caer sobre los brazos de Morfeo de forma lenta y paulatinamente. Hasta que se vio apoyado sobre sus propias rodillas, usando sus brazos de almohada y durmiendo tranquilamente; pero evidentemente, con todos aquellos papeles tirados por el suelo, los libros abiertos y los lápices con gomas en otro lado. Estaba dormido, pero era un desastre siempre y de cualquier modo…

Pero tampoco se esperaba visita ni mucho menos... ¿no?

Suspiros. Eso era lo único que estaba emitiendo el muchacho que se encontraba completamente dormido sobre sus propias rodillas: y es que no se esperaba que nadie entrara en la azotea a esas horas, había estado demasiado centrado en buscar cosas e informarse de lo que realmente le había llevado a ingresar en la escuela. Y ese único objetivo se encontraba en la búsqueda de su madre a toda costa; no había nada más, solo quería encontrarla y poder llevarla a casa después de años de desaparición. La encontraría y lo deseaba con todas sus fuerzas.

En la oscuridad de un suave sueño, se encontraba una luz que le llamaba con mucha dulzura: era como un susurro que simplemente le rozaba los oídos, volviendo así a su mente los recuerdos creados con su madre antes de que desaparecieran. Espera, ¿quién le estaba llamando y emitiendo la luz en aquella oscuridad, dentro del sueño? Una figura difuminada que simplemente estaba al final de un túnel. Quería alcanzarla y estiraba la mano para poder hacerlo. Desgraciadamente aquella figura tan familiar… iba alejándose de él con rapidez, impidiéndole que pudiera alcanzarla en ningún momento.

Pero otra voz inundó su sueño. Y no la conocía. ¿Quién era?

Cuando quiso darse cuenta, abrió los ojos de forma suave hasta que despertó y se daba cuenta dónde estaba realmente. Se encontraba en la azotea, rodeado de papeles, desorden, lápices y un guardia. Un… ¿guardia? Amplió los ojos al verse una figura masculina. Seguramente habría sido su voz la que oyó en su sueño.-Ah, l-lo siento. ¡Enseguida me voy!.-Comentaba nervioso por pensar que se había metido en un buen lío, sino, ¿por qué iba a estar un guardia en la azotea despertándole? Recogiendo el montón de papeles de muy mala manera, apilándolos como podía, se los llevó a los brazos, cerrándolos para evitar que se escaparan de los mismos. Y poniéndose en pie, tropezó con varios lápices que había y cayó de cara al suelo.

En esos momento, Eren no sabía si levantarse y salir corriendo o pedirle disculpas al guardia que acababa de verle comiéndose el suelo de la azotea. Literalmente.