De limpieza ( priv Miok)

¡No era justo!

Miok estrujaba su peluche Mr. Gwie con tanta fuerza que, de haberse tratado de un hombre de verdad, a aquellas alturas su cara estaría de color azul. Le gustaría estar estrujando el cuello de alguien que se pudiera poner azul.

¿Por qué diantres tenía ella que encargarse de limpiar esas aulas si ella ni siquiera asistía a clase en la academia? Sólo había pasado por casualidad delante de la cocina en el momento menos indicado y, de repente, un profesor al que no conocía la había castigado con limpiar unas habitaciones a las que nunca había pasado. ¿Y todo por qué? Por culpa del enorme felino blanco que sujetaba una escoba en aquellos momentos. No era culpa suya que el tigretón hubiera atacado la despensa de la academia, diantres.

La pequeña dejó su peluche sentado sobre una mesa y tomó un trapo sin quitar la mirada de Tengu. No le gustaban los gatos gigantes, acababa de decidirlo. -¿Por qué limpias así?- interrogó tras apenas unos minutos de limpieza de lo más improductiva. Por un motivo que no lograba comprender, aquellos pupitres estaban repletos de dibujos hechos con tinta de bolígrafo. ¿Por qué hacían eso cuando se suponía que debían de atender a clase? ¿Qué tipo de alumnos eran? Si ella hubiera pintarrajeado las mesas de su casa cuando estudiaba, sus familiares la habrían castigado limpiando toda la mansión. ¿Por qué aquellos estudiantes estaban perdiendo el tiempo y ella debía de dedicar la tarde a limpiar?

-Esto no fue culpa mía, ¿por qué no le dijiste al profesor ese que yo no había tirado nada de la comida? protestó mirando al que creía el único culpable de todo aquello, quizá esperando alguna respuesta (o gruñido) por su parte.

-Por supuesto que me quejé- protestó la muchacha. El profesor aquel le había hecho tan poco caso como si en realidad no hubiera dicho nada. Por favor, si ni siquiera llevaba el uniforme de la academia que le había visto a otros estudiantes. Vestía una larga camisa blanca usada y unos cortos pantalones a rayas verdes y naranjas, además, por lo revueltas que tenía el par de coletas que le había dado tiempo a hacerse aquella mañana, parecía más que acabara de despertarse de una siesta, diantres.  -Entraste en la despensa de la cocina, la comida estaba ahí guardada para que no se pusiera mala, no para que te la comieras-

Además, para colmo de todos los males, debía ver como el Tigretón decidía que no iba a hacer nada más. ¡Cuando el aula seguía hecha unos zorros! Había multitud (y una multitud para Miok eran entre cinco y diez) de pelotas de papel, las mesas tenían aquellas dichosas y resistentes marcas de bolígrafo y la pizarra estaba manchada con restos de tiza ¡Y él se sentó como si nada!

¡Y puso los pies sobre la mesa!

En medio segundo, la pequeña perdió la poca paciencia que le quedaba. -¡Eres un enorme, enorme vago!- Ella NO iba a terminad de limpiar nada, nada en absoluto, no si él seguía sin mover un dedo, o garra, o lo que fuera que tuviera. Pero, ¿qué podía hacer? Lanzarle una de las sillas que tenía a mano no era la mejor idea (por más tentadora que le resultara la idea en aquel momento) pues podría terminar rompiendo alguno de los muebles que había limpiado ya.

En vez de eso, se acercó a recoger su rosado peluche y lo abrazó con fuerza, frunciendo el ceño. Se concentró entonces en la silla, pero en esa en la que Rengar se había sentado, más exactamente, en las ruecas y tornillos que estaban bajo el asiento del tigre. Los aflojó hasta casi dejarlos sueltos del todo. Si el felino aguantaba un minuto antes de caer de culo, podía dar gracias.

Miok, por su parte, estaba encantada con la escena. ¿A quién no le alegra la tarde ver a un tigre caerse de culo de su silla? Diantres, debería de haberlo grabado con una cámara... ¿O habría sido demasiado obvio que suponía lo que iba a suceder de sacar una cámara en el momento en el que el gigante se sentó en la silla? Posiblemente el otro se hubiera olido algo... O no.

De todas maneras, ahí estaba, no había necesitado demasiado esfuerzo y sólo un poco de concentración para conseguir echar a perder la silla. Y el lobo no tenía la más mínima sospecha de quién había sido el culpable ¿cómo no iba a alegrarse? ¡Le echaba la culpa a la propia silla! Posiblemente ésta ya nunca funcionara como antes, o no volviera a funcionar directamente ni fueran capaces de ensamblarla, pero a la pequeña le preocupaba bien poco ninguna de estas posibilidades.

-Robaste comida de la despensa y lo dejaste todo hecho... Hecho una pena- le faltaban palabras en inglés para describir (y exagerar, todo sea dicho) lo que se había encontrado al llegar a la cocina. Porqué a ella la habían endiñado el castigo era, sin embargo, algo que seguía sin comprender.

-Yo no quiero limpiar- protestó, mirando fijamente la cara lobuna. Frunció el ceño en un gesto más tierno que enfadado. Pocas cosas podría decir Joel que molestaran a la rubia con respecto a su tamaño o apariencia: Miok sabía que era pequeña, bajita, plana y con un pelo imposible de peinar. Se lo habían dicho toda su vida y nunca le había importado... Pero, que la llamara debilucha era otro cantar.

Miok NO era una debilucha, ni se dedicaría nunca a “pequeñas tareas” para vivir. De nuevo le pasó por la cabeza la idea de lanzarle una silla o mesa de las que tenía cerca, para bajarle los humos. Tuvo que estrujar su peluche con mucha, mucha fuerza para contenerse y recordar que no quería en realidad destrozar nada de lo que había allí -Si tú no vas a ayudar, yo tampoco. Cuando venga un profesor le diré que fue tu culpa que se rompiera la silla y que... Que no limpiaste nada- asintió, conforme con su propia amenaza -Y te expulsarán- de aquello último no estaba tan segura... De hecho, tenía serias dudas de que echaran a nadie por ignorar un simple castigo.