Por siempre esperando... {Wally Pou}

Las clases de ese día se habían terminado, por lo que tras recoger mis cosas y guardarlas en mi mochila, me dirigí a mi habitación para dejar todo allí. Una vez allí y poner mi mochila sobre el escritorio, me sentí asfixiada y completamente fuera de lugar. El hecho de que desconociera mi propia habitación era un tanto normal, pues no llevaba mucho habitando allí y todavía no podía sentirlo como mi refugio. Sin embargo, jamás había reparado en ese hecho hasta ahorita, que sentía la fuerte necesidad de salir de allí y buscar un poco de aire fresco y no regresar hasta que fuera estrictamente necesario. Salí de allí, cerrando la puerta tras de mí y dejé que mis propios pasos me guiaran el rumbo por el cual tuviera que andar.
Tras un rato de vaguear por los pasillos, subir algunas escaleras y seguir vagueando, me encontré con las escaleras que llevaban a la azotea, por lo que las subí tras meditarlo por unos segundos y traspasé el umbral de la puerta que separaba el interior del exterior.
Nunca antes había estado en ese lugar, por lo que quedé maravillada por la belleza del panorama: el cielo se veía completamente despejado y cercano, como si pudiera alcanzarlo con sólo estirar mi mano hacia arriba. El viento corría sin muro alguno que lo detuviera, acariciándome la piel y jugueteando con mi cabellera clara, la cual llevaba sujeta en una coleta alta. Una sonrisa tranquilizadora y agradable apareció en mi rostro y caminé hasta llegar al borde para poder contemplar hacia abajo. Casi no había alumnos deambulando por los jardines, ya que pronto anochecería y muchos de ellos ya estaban en sus halls. Alcé la mirada para fijarla en el horizonte: el sol lentamente se ocultaba entre los árboles que rodeaban la academia, iluminando todo a su alrededor con una suave luz dorada al tiempo que teñia las nubes cercanas de colores cálidos como rosa, naranja y amarillo. Si alzaba la mirada más, podía apreciar el cielo tornándose cada vez de un azul más oscuro. Seguramente las primeras estrellas de la noche no tardarían en aparecer y la luz de la luna haría acto de presencia.
En esos momentos recordé a mi padre y mi rostro se tornó totalmente serio, con una expresión un tanto melancólca.
-Me gustaría que pudieras ver el mismo cielo que veo -susurré suavemente, sin desviar la mirada de aquella magnífica visión y decidida a no retirarme de allí antes de que el sol se ocultara del todo y las estrellas comenzaran a brillar.