~Tempestad

«No sé si me extrañas. No voy a saberlo. Porque tú no vas a decírmelo, pero, espero que a veces pienses en mí». Le mandé un mensaje algo desconsiderado a Daniel; tenía en claro que me quería mucho, pero me gustaba el drama, era divertido hacerlo sentir culpable de vez en cuando –casi siempre–. Envíe un mensaje más… «¿Cuándo vas a llamarme? Quisiera pasar la tarde contigo, hermano». No respondió. Me comenzaba a preocupar por sus faltas de respuestas. Si su celular fallaba, debía cambiarlo de inmediato, es más, yo misma le daría uno nuevo y más funcional.

Habían pasado ya algunos meses desde que mi hermano había vuelto a Canberra. Estaba feliz y a la vez triste. Sentimientos contradictorios que solo personas singulares padecían; los míos se debían a que no veía a menudo a Danny, pues al ser el primogénito de una familia mafiosa, siempre tenía cosas que atender; comprendía perfectamente lo importante de esos asuntos, además que lamentablemente, a veces las cosas nunca son como uno quiere. Recordaba la etapa en que Daniel me dejó por mi cuenta en este lugar, lo había pasado mal e incluso ahora, tenía miedo que de repente dejara de recibir sus mensajes, de que se fuera y me abandonara nuevamente en este sitio tan lejano a nuestra madre patria. Sacudí la cabeza, en un intento de deshacerme de mis pensamientos pesimistas. Lo importante era que tenía a Danny cerca de mí.

El clima veraniego se me metía por todos los poros, era un hastío. No era un calor exagerado, pero no quitaba el hecho de que odiaba esa estación del año. Peiné mi cabello, en una trenza larga y bicolor, que adorné con unas cuantas florecillas blancas, me di un último vistazo en el espejo y salí para mi encuentro con una persona del pasado. Tenía encomendado recibir  a Zet, un rubio presumido que no soportaba, al igual que el verano. No sé, creo que el problema empezó cuando comencé a “competir” con ese bastardo por la atención de Daniel. Ese ricitos de oro, siempre se me adelantaba y se iba con él; me robaba a mi Danny con la excusa de que tenían negocios que atender. Era inusual que ahora a la que buscara fuese a mí.

La entrada lateral como siempre era la menos frecuentada, ideal si uno quería ser discreto. Apoyé la espalda en la pared, mientras esperaba al ángel caído. Vestía el uniforme implementado, Zet estaba por llegar y yo parecía una mocosa de colegio. No es que quisiera parecerle bonita, o algo parecido, pero al menos, quería verme presentable y tal vez un poco más madura, aunque, no tenía que demostrarle nada al tipo, pero… Bueno, no importaba, el uniforme escolar estaba bien.